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Margot Matre

El Gato en el tejado.

Lo pensaba y seguía embobada, no me lo podía quitar de la cabeza, nunca en mi vida había visto tanta inteligencia, belleza, y elegancia en un ser, su belleza era natural, y tán natural, y es que en su caso no podía ser de otra manera.

 

Estaba con una amiga, sentada junto a una edificación con tejado, esta edificación en verano sirve de cervecera y de servicios generales, para el parque en el que nos encontrábamos.

 

Estábamos hablando de nuestras cosas cuando mi amiga me dice, no estás oyendo un ronroneo continuado, la digo que sí, pero que no le había prestado atención, nos giramos la cabeza hacía el tejado del edificio, (junto al que estábamos) y lo que vimos fué un gato enorme, con la apariencia de un tigre, pero claro en pequeño.

 

El gato nos miraba y no dejaba de ronronear, se frotaba la cabeza con suavidad sobre el tejado, lo hacía sin ningún atisbo de prisa, ni de urgencia, como si no necesitase nada, como si tal cosa.

 

Nosotras seguimos con nuestra conversación, una conversación que habíamos agarrado con fuerza, y ninguna de las dos quería soltar.

 

El ronroneo seguía, era como una canción continuada, sin estridencias, sin variaciones de ritmo, era una balada, "La Balada del Minino".

 

El asunto es que el gato no se movía del sitio, justo encima de nosotras, me levanté y me acerqué al gato, para ver que quería o si le pasaba algo, para que os hagáis una idea, el alero del tejado tendría una altura de unos tres metros, algo que tampoco es mucha altura para un gato.

 

Cogiendo una mesa redonda de plástico de cuatro patas, (de esas que encajan unas sobre otras y que ocupan el espacio de una sola a la hora de guardarse, son las típicas en los jardines familiares), la acerqué y la coloqué debajo del tejado, usando una silla me subí a ella, y así me puse a la altura neceraria para ayudar al gato a bajar, si ese era el caso.

 

El gato no se movió del sitio, seguía ronroneando, así que sin pensármelo dos veces, lo agarré del pellejo de la parte superior del cuello, y tiré de él con toda mis fuerzas para ayudarle a bajar.

 

La sorpresa para mí fué que el gato tiró hacia atrás, y con las cuatro patas se trincó en el tejado, no tuve fuerzas para arrastrarlo hacia mí.

 

Lo único que se quedó entre mis dedos fue una parte de su melena, menos mal que no era un postizo, si lo hubiera sido habría perdido el equilibrio, y me habría dado un gran batacazo.

 

Como ya comenté al principio era un gato enorme, con una fortaleza atlética, era alto, fuerte, bello, arrogante y natural, con una gallardía tan grande que no me extraña que no permitiera que nadie lo bajara del tejado, como lo había intentado yo, eso hubiera sido todo un desprestigio para él.

 

En vista de que no quería bajar conmigo, le dejé la mesa debajo del tejado, con la idea de no tener cargas de conciencia por dejarlo donde estaba, y si al final decidía bajar lo tuviera más fácil.

 

Nosotras seguimos con nuestra conversación sentaditas en nuestras sillas, y allá a los diez minutos oimos un ruido de algo impactando sobre la mesa de plástico, nos giramos, era el gato que había saltado sobre la mesa.

 

Nosotras volvimos a nuestra conversación, sin prestar más caso al dichoso gato y sus cuitas.

 

Estaba sentada de lado en la silla y tenía una mano colgada fuera de la silla, hacia el suelo, de pronto noto algo frotándose contra mi mano, miro y a que no saben a quien me encuentro acariciándose contra mi mano, pues sí, al gato del tejado, que ya no estaba en el tejado, estaba debajo de mi silla, y con su gran cabeza estaba frotándose con mi brazo.

 

Para mí que soy una gran amante de los animales fué de lo más gratificante poderlo acariciar, darle palmaditas en su lomo de tigre, y poder disfrutar de tú, a tú, de un animal callejero al que no conocía. Y que lo único que pretendía él con esta demostración de sumisión, era darme las gracias por ayudarle a bajar del tejado "a su manera".

Lo que más me sorprendió de todo, es que no me guardara rencor, ni miedo, por haberlo querido bajar a la fuerza, que comprendiera que lo que había hecho era para su beneficio. 

 

El gato cuando lo creyó conveniente se alejó de mi lado, no sin antes pararse a unos metros, y dedicarme un maullido cariñoso de despedida.

 

Nunca olvidaré a este gato, un ser agradecido, noble, inteligente, bello, y con clase, con muchísima clase.

 

 

                        Saludos para todos,  Margot Matre.

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