El Cordero de Navidad.
El día era desapacible, Pablo se movía nervioso por el terreno, las ovejas se había desparramado por el campo, y una niebla baja empezaba a cubrir los pastos.
Pablo gritaba a sus perros, Luna y Sol, para que le ayudaran a agrupar a las ovejas.
El asunto se estaba complicando y este no era un día cualquiera, hoy era el día de Navidad, y Pablo quería estar en casa pronto.
Pablo, era un joven de 17 años, muy avezado en su trabajo, lo había mamado de niño. Su familia vivía en aquellos terrenos desde hacía más de cien años, siempre se habían dedicado al campo, y al pastoreo.
Un aullido familiar le puso en alerta, lobos, eran aullidos de lobos lo que estaba oyendo.
Pablo, hizo sonar su cuerno de toro, el ruido sonó extrepitosamente, extendiéndose por todas las latitudes. El sonido calmó a Pablo. No se sabe si fué por el ruido del cuerno, o por que los animales habían oido a los lobos, el caso es que todos ellos, se apresuraron a agruparse en torno a Pablo.
En la aldea, se había oido el cuerno del pastor, rápidamente los hombres que allí estaban, se agruparon alrededor de la fuente, punto de encuentro de los habitantes del lugar.
La alarma era general, enseguida se organizaron con ropas de abrigo, comida, y armas, la llamada del cuerno indicaba lobos, y todos sabían que era Pablo el que les llamaba.
Los lobos sabían, que después de sonar el cuerno del pastor, tenían poco tiempo para satisfacer su hambre, por ello se lanzaron al ataque hacía el rebaño, con la idea de dispersarlo para conseguir su presa.
Pablo sabía, que tenía que sacar a su rebaño de allí a toda prisa. Los perros al momento interpretaban las órdenes que les daba el pastor, las propias ovejas se alineaban sin discutir, no como otras veces que se hacían las remolonas, en esta ocasión se movieron todas al tiempo con los perros.
Pronto aparecieron los lobos ante la vista de Pablo, tenía que moverse con rapidez si quería salvar el rebaño, introduciendo su mano en el zurrón, sacó un cuchillo, y con gran decisión sacrificó a un cordero.
Gritando a los perros, y a las ovejas, para salir de allí cuanto antes, abandonó a su suerte al cordero, con la esperanza de que este sacrificio evitase el ataque de los lobos, así salvar al resto del rebaño, y también su propia vida.
La niebla iba cubriendo la retirada del pastor, y de su rebaño.
Pablo oyó un aullido de lobo a su espalda, se paró, y se volvió con el cuchillo en la mano, frente a él a unos veinte metros, tenía a un enorme lobo que aullando (sobre un terreno más elevado que el de Pablo) parecía que le estaba diciendo:
¡¡ ESTOS SON MIS DOMINIOS, TE VÁS PORQUE YO TE DEJO, CORRE A DECIRSELO A TODOS. ¡¡
La niebla, que se extendía rápida, acabó por cubrir al Lobo, haciéndolo desaparecer de la vista de Pablo.
Los hombres subían a la carrera, de pronto oyeron el balar de ovejas, esto les indicaba que estaban cerca, enseguida vieron al rebaño y a Pablo. Se quedaron muy sorprendidos, bajaban sin prisa, como si se tratase de un día cualquiera.
Pablo se alegró de verlos, y les contó lo que le había pasado, el sacrificio del cordero, y como el Lobo los dejó marchar.
Al bajar por el camino, el padre de Pablo, que había subido con el resto de los hombres, echándole un brazo por encima del hombro le dijo: Hijo, en este día de Navidad, que celebramos el nacimiento de Jesús, que te parece si hacemos una gran fiesta, para darle las gracias, por el capote que nos ha echado hoy.
Me parece muy bién padre, dijo Pablo.
Saludos para todos.
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