PARA CAMBIAR DE RUMBO, NUNCA ES TARDE.
Un hombre subía a la cima de la Montaña, (cargaba con una mochila abultada y pesada), era una rutina que estaba acostumbrado a hacer.
Su vida siempre había sido dura y con muchas dificultades, pero el hombre nunca se paró a pensar en ellas, simplemente agachaba la cabeza y seguìa adelante, siempre hacia adelante.
Nuestro personaje nunca tuvo reconocimiento, ni agradecimiento, ni siquiera afecto por su esfuerzo realizado y del que otros se beneficiaron.
Este dìa, el hombre fiel a su rutina, subìa al Monte como cada día, por el camino se encontró con un desvío que no recordaba, (posiblemente ese sendero siempre había estado allí, pero como subía muy esforzado y sin levantar la cabeza del suelo nunca lo viò), el hombre sin saber porqué, o quizás sí, por primera vez en toda su vida, sacó los pies del sendero habitual y los puso a caminar por el nuevo desvío encontrado.
El desvío era un sendero estrecho que fué ampliándose hasta hacerse un camino, y el camino le llevó a un bosque de arbolado muy frondoso, hermoso y desconocido para él.
El hombre estaba maravillado por la belleza de su entorno, la Naturaleza todo lo envolvía, los árboles eran altos y gruesos, daban la impresión de ser viejos regordetes descansando después de una gran comilona.
El hombre siguió andando por el bosque, y se encontró con un claro de hierba verde, que milagrosamente allí estaba como aparecida por arte de magia.
Dejando en el suelo la mochila que siempre llevaba, se sentó, y luego se tumbó sobre la hierba, a disfrutar del momento.
La brisa le acariciaba las mejillas, relajado, tranquilo y en asueto, allí estuvo un rato, al principio sin pensar, luego pensando.
El hombre de nuestra historia se levantó, y sin recoger la mochila con la que había cargado toda su vida, siguió por el camino que continuaba hacia adelante, sin mirar atrás, y siguió su camino hasta desaparecer en la profundidad del Bosque.
Salud para todos, y todas, Jesús.
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